Sorprende la alta
mortandad en tus palabras. La cadavérica expresión de tu silencio. Sorprende
acaso la alta voluptuosidad de tus desplantes. El pesado peregrinaje del tiempo
y su transcurso acaudalado. Además tus besos han caído en desgracia. Han sido
poblados por eremitas que prefieren las ciudades. En sus llanuras la polvareda
que levanta el bisonte nunca ha sido silenciosa. Te quise abrazar en el
mismo sitio en el que Napoleón blandió un cuchillo. Napoleón nunca blandió un
cuchillo y tú nunca me abrazaste. Ayer soñé que te abrazaba pero todo era un
recuerdo. Tu cuerpo tuvo la idea de cerrar por vacaciones. Los recuerdos hay
que guardarlos en el bolsillo que tiene agujeros. Si quisiera morirme no me
hubiera arrojado por el rojo abismo de tu boca. Soy un hombre que se viste por
los pies pero que no tiene cabeza. Recogí la cosecha de tu cuerpo mucho antes
de llegar la primavera. La mortandad en tus palabras es una broma que no tiene
gracia pero no pudimos parar de reírnos. No era adecuado ir desnudo en esa fiesta
de carnavales. Yo perdí el último tren en la entretela de tu falda. Si nunca me
quisiste por qué me amaste tanto. La cadavérica expresión de tu silencio era
una metáfora tan poco afortunada que acabó siendo cierta. Por fin las
minifaldas han ganado la guerra a las bufandas. Los calendarios también
tiemblan cuando llega la hora. Dar saltos de tristeza se va a poner de moda.
Hay muchas playas sin arena que realmente no son playas. Un día me acariciaste
el brazo derecho. He trazado un mapa eterno fabricado de epidermis. Donde dije
mortandad quise decir vida pero eso qué importa ahora. He dejado mi corazón
tirado justo al pie de la letra y tú te lo has tomado como si fuera una
cerveza. Cuando te fuiste de golpe sembraste todo de hecatombes pero esto hay que
regarlo cuando más llueve. Un día me dijiste que te aburría mi nombre. Creo que
me has dejado porque no quedan moteles.
jueves, 20 de junio de 2013
lunes, 17 de junio de 2013
Ahora
Me
senté en la hamaca y encendí un cigarrillo. Me gustaba observar los
cipreses que rodeaban la cerca mientras fumaba. Ese día había una ligera
brisa que agitaba los árboles y estos formaban una rara coreografía.
Una sinfonía verde trufada de curiosas imperfecciones. Siempre uno o
dos cipreses parecían agitarse en sentido contrario al resto, aunque
finalmente acababan por sucumbir a la fuerza del viento. Sin embargo en
ese instante, otros árboles parecían romper la disciplina del conjunto
de forma que nunca se alcanzaba un movimiento armonioso. Yo permanecía
mirando atento, como si tarde o temprano fuera a llegar el momento en el
que todos los árboles se movieran a la vez, pero éste nunca llegaba.
Vera
apareció en el jardín con una revista en la mano. Creo que en un
principio se dirigía a la otra hamaca pero al verme cambió de idea,
giró y se encaminó hacía el parterre de flores . Se agachó a
observarlas. Yo jamás prestaba atención a esas flores. Para mí carecían
de cualquier tipo de interés y ella se había pasado cientos de horas a
lo largo de su vida mirándolas, regándolas y haciendo toda clase de
trabajos para que permanecieran bonitas y lozanas. Pese a ello, año
tras año las flores acababan marchitándose. Yo lo consideraba una
pérdida de tiempo, aunque realmente casi todo lo que se puede hacer en
la vida lo es.
Dí
otra calada al cigarro. Pensé en hacerle a Vera algún comentario sobre
las flores o sobre la brisa o sobre cualquier otra cosa pero sabía que
ella no me iba a contestar. La última vez estuvo dos semanas sin
dirigirme la palabra y en esta ocasión sería parecido o peor. Vera
permanecía inclinada sobre las azaleas y me fijé en sus piernas. En
cuanto el clima era agradable se ponía pantalonetas o faldas o
cualquier prenda que las dejara al descubierto. Lo hacía a posta porque a
pesar de su edad, sus piernas permanecían tersas y bonitas. Era como si
éstas fueran mucho más jóvenes que el resto de su cuerpo. Si algún
hombre viera sólo sus piernas, pensé, puede que se excitará creyendo que
Vera es una mujer mucho más joven de lo que és. Yo mismo tuve un amago
de erección contemplando a Vera en esa pose, con su pelo tapandole el
rostro y sus piernas desnudas. Imaginé que era otra mujer para prolongar
la fantasía durante más tiempo.
Tras unos minutos se levantó y vino hacia mí. Dejó la revista sobre la mesa de hierro forjado y, sin mirarme me dijo tenemos que hablar.
Primero sentí un gran alivio porque parecía que en esta ocasión no
sería como las otras, pero luego lo comprendí mejor y pensé que era un
gran fastidio ya que eso significaba que probablemente ella querría
tratar el asunto. ¿Y ahora qué piensas hacer?.
Su pregunta quedó flotando con una peculiar persistencia sonora,
ajena a la brisa que parecía arreciar y a mi indiferencia.
Me
llevé de nuevo el cigarro la boca. Para mitigar el silencio intenté
formar volutas con el humo expulsándolo lentamente pero el viento lo
deshizo antes de que tomara cuerpo. Luego pensé en si había alguna
respuesta posible. Di una nueva calada intentando concebir una frase que
significara algo. Levanté la mirada. Lo cierto es que las flores
estaban muy bonitas en aquella época del año. Vera estaba llorando. ¿Y ahora qué piensas hacer?, repitió.
Cuando entró en la casa yo seguía observando la caprichosa danza de los cipreses. El cigarro se había apagado.
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