Tío
Jonesy era de los que pensaban que la muerte era algo puro y
siempre dijo que no había que esperar demasiado de la vida. Por eso,
cuando la tía Sofie murió de aquella forma y él se quedó solo en
la vieja casa y casi en el mundo no se lo tomó demasiado mal.
Aquellos días yo iba a verlo por las tardes y nos sentábamos en las
mecedoras del cobertizo a ver pasar el polvo. La casa de Tío Jonesy
estaba al final del pueblo -aunque él prefería decir que su casa
era la primera- y en aquella parte alejada lo único que
había era polvo. Un polvo rojo y desleído que el viento insistía
en levantar casi todo el año, y que agitaba las cansadas maderas de
esa casa destartalada.
Por
aquel entonces a mí no me iba demasiado bien con el trabajo. Había
tenido ciertos problemas con Little Samson por un accidente en el
aserradero y una petaca de whiskey que yo juré que no era mía. Iris
se enfadó bastante conmigo cuando supo que me habían despedido y
comenzó con el santo sermón de las facturas y los gastos. Creo que
a mi mujer le dio por desquiciarse el día siguiente de casarnos y no
paró hasta el día en que murió, si es que es verdad que está
muerta.
Una
tarde especialmente ventosa estábamos Tío Jonesy y yo meciéndonos
en el porche de su casa. Hacíamos crujir la decrépita
estructura del suelo con las mecedoras y mirábamos los torbellinos
que el polvo formaba, como si todo aquello fuera una película de
esas que ponen en el cine.
-Tío
Jonesy, creo que ésta casa es demasiado grande para ti y va acabar
sepultada por el polvo.
-Todos
vamos acabar sepultados por el polvo Justin.
Tres
días más tarde nos instalamos en la casa de Tío Jonesy y de la Tía
Sofie. De esa forma nos evitamos una buena parte de los
gastos que tanto angustiaban a Iris. Pero entonces Iris empezó con
la cantinela de lo raro que era Tío Jonesy, del montón del polvo
que entraba en la cocina y del miedo que le daba ver las fotos de la
difunta Tía Sofie por toda la casa, con esos ojos claros que parecía
que te estaban mirando. ¡¡Ay la pobre Tía Sofie!! Dios
tenga en la gloria a esa buena mujer, aunque Tío Jonesy solía decir
que su esposa no estaba en la gloria sino en la salita de atrás,
sentada en la vieja butaca gris.
Meses
después Iris se quedó embarazada, y si les digo la verdad aun no me
explico cómo pudo suceder. Luego dio a luz a un niño al que
llamamos Ben. Ese mocoso resultó ser un auténtico tormento. Iris se
pegaba toda la santa mañana y toda la santa tarde gritando por la
casa por los disgustos que le daba. A veces se ponía tan roja que
parecía una granada de mano a punto de estallar.
Tío
Jonesy era el único que soportaba a Ben, y Ben por su parte podía
pasarse varias horas en el cobertizo jugueteando con las botellas
vacías mientras escuchaba las historias de Tío Jonesy. Y eso que
nunca fue capaz de comprenderlas. Lo cierto es que el chico era un
poco corto de entendederas. Su madre siempre dijo que
aquel niño lo que tenía era el alma inacabada pero el
Doctor Scudder nunca fue capaz de decirme qué diablos le pasaba a la
criatura.
Una
tarde me levanté y Tío Jonesy me dijo que Iris se había marchado y
se había llevado una maleta, mi pitillera de plata y el gramófono.
Dios sabe lo mucho que eché de menos aquel gramófono. Sobre todo
aquellos días después de la marcha de Iris cuando la
casa se reencontró de nuevo con la paz y el silencio. Creo que Tío
Jonesy también disfrutaba de aquel sosiego pero dijo que
era una obligación, que Ben tenía en sus venas la sangre de Iris y
no sé qué más cosas, así que estuvo buscándola un tiempo y
preguntando aquí y allá, pero por suerte nunca la
encontró.
Los
negocios iban de mal en peor en el pueblo y tuve
que buscar trabajo en Big Town. A Tío Jonesy no le importó quedarse
con Ben y cuidar de él, así que pude aprovechar el auge
de la ciudad y me dediqué a ganar bastante dinero. Acabé
montando un pequeño surtidor de gasolina que funcionaba de
maravilla. Fueron años estupendos; las mujeres iban y
venían, las camas eran grandes y confortables y el Whiskey era del
bueno. El día que llegó el telegrama en el que Tío
Jonesy me anunciaba que Ben había fallecido, mi socio
estaba con gripe y yo estaba a cargo del surtidor, así que no hubo
manera de que llegara a tiempo al pueblo para el funeral.
De todas formas aquel chico era retrasado o algo y si en vida no se
enteraba mucho menos creo que me echara en falta cuando el pobre ya
había estirado la pata.
Me
olvidé del pueblo durante meses. El negocio iba viento en popa.
Abrimos varios surtidores y había que trabajar duro para abrir más.
Llegaba tan cansado a casa que no tenía ganas ni de beber whiskey.
La vida en la ciudad es cruel, una vorágine enfermiza, pero
si eres de los que no paras la ciudad te sonríe.
Regresé
años después, cuando Tío Jonesy me escribió diciendo
que ya estaba muy anciano y cansado y que se quería
despedir de mí. La casa parecía sostenerse de milagro en
medio de la explanada. Las maderas estaban tan viejas que daba
lástima pisarlas, pero cuando llegué, allí estaba el
Tío Jonesy balanceándose calmadamente en su mecedora de siempre,
sosteniendo un palillo en su boca desdentada y amable. Estaba
vigilando desde el cobertizo cómo se levantaba el polvo frente a la
casa. Me dedicó una sonrisa agotada, se levantó como pudo y me dio
un largo abrazo.
Estuvimos
un largo rato en silencio, no sé cuánto, escuchando
el sonido limpio del viento y después comenzó a hablar con una voz
extraña y profunda. Tío Jonesy me dijo muchas cosas
aquella tarde. Me dijo que éramos los únicos McGill que quedaban a
ese lado del río. Me dijo que estaba feliz de poder abrazar por
última vez la sangre roja y cálida de los McGill. Se acordó de
Libby que era mi madre y su hermana. Me dijo muchas más cosas. Como
que iba a morir orgulloso, cerca de Sofie y cerca de Ben a los que
nunca abandonó. Me dijo que el funeral de Ben fue algo hermoso, que
tendría que haber estado allí y que Ben fue un ser tan puro que
después de su muerte el polvo era más blanco y ligero. No sé a qué
se refería pero se me puso la carne de gallina.
Luego
estuvimos mirando la llanura frente a la casa de esa forma tranquila
y calmada, como si el tiempo fuera un vergel interminable. Tío
Jonesy me explicó que el polvo y la tierra estaban bendecidos y que
cubrían la tierra con su manto de eternidad. Me contó que hablaba
con Sofie y con Ben constantemente, y que también había hablado con
Iris que después de muerta estuvo allí en espíritu, para preguntar
a Tío Jonesy por su hijo Ben.
El
sol se comenzó a ocultar y Tío Jonesy dijo que estaba cansado y que
sentía frío. Se levantó torpemente y se metió en la cama de la
que ya nunca se levantó. La mecedora estuvo aún un buen rato
oscilando apaciblemente hasta que se detuvo y yo me quedé
mirando la planicie seca, pensado en las palabras de Tío Jonesy. El
viento se agitaba y levantaba el polvo que ascendía y descendía de
una forma elegante y grácil. Sentí un gozo antiguo, una paz que
debía anidar en mí desde hacía muchos años y que tal vez sólo
pudiera tener lugar en aquel pueblo ya casi abandonado.
Cada
vez que esta ciudad me engulle con su ajetreo gris me
acuerdo de esa bendita mecedora, de mi soledad, del polvo de aquella
explanada que tal vez sea lo único que me quede de verdad en el
mundo, y de Ben y del Tío Jonesy que
siempre me dijo que ningún árbol echaba raíces en el
cemento.
Me gusta, tiene imágenes o hallazgos muy bonitos y brillantes.
ResponderEliminar(un par de fallicos: pone "de el pueblo", y cuidad por ciudad.)
(Y "sólo" en lugar de "solo").
ResponderEliminar¡Magnífico! Me ha provocado sentimientos/pensamientos de soledad, de aridez física y emocional... transportada a un pueblo de USA, iba viendo todo... ¡Bravo! Jolííín!
A mi también me ha gustado mucho Mariano, es cierto que las imágenes son poderosas y las reflexiones profundas, como buscabas. También es verdad que tiene alguna repetición de palabras en el mismo párrafo que te hacen salir del maravilloso escenario, ese sería mi pequeño pero. El ritmo pausado de la narración también me parece muy acertado al texto y diferente del que sueles utilizar. Ha quedado muy Goyen ;)
ResponderEliminarTío, si pudiese dar con el dibujo (y el color, y la cantidad de polvo...) adecuado para "como si el tiempo fuese un vergel interminable" o alguna que otra imagen muy potente de las que hay aquí crecería un par de palmos.
ResponderEliminarMola. Voy a echar la caña por aquí, que hay buena pesca