viernes, 28 de enero de 2011

PUES YO LOS AMO

Su avión salía a las 18:40. Viajaba a Praga y su avión salía a las 18:40. Lo sé porque facturó frente a mí, y pude oír que viajaba a Praga mientras facturaba una maleta roja, demasiado grande y roja, que había arrastrado con sus ruedas hasta allí. Se sentó junto a la puerta 8 y yo junto a la 9. Si miraba su cara encontraba nuevos matices en cada ocasión. Su pelo era lacio y negro. Intenso, caía sobre su frente ocultando parte de su cara. Si se giraba a la derecha la consideraba guapa. Si se giraba a la izquierda, o permanecía atisbando el horizonte la consideraba extremadamente guapa. Extrajo de su bolso un pequeño libro que comenzó a leer. De nuevo la suave oscuridad de su pelo reservaba su rostro mientras leía. Su flequillo generaba sombras en torno a las pestañas, y también brillos. Comprobé que el libro era uno de poemas de W.H. Auden. Comenzó a gustarme más y sus botas, negras de cuero, ajustaban a la perfección unas pantorillas bien torneadas que apetecía rodear con ambas manos

Comprobé que en mi mochila tenía tres libros absurdos. Libros que hablaban de las grandes cosas, ensayos, y no sobre las pequeñas. Las importantes. Entonces me dirigí a una de las librerías de la terminal, rebusqué y no paré hasta encontrar un libro de W. H. Auden. Era raro que hubiera un libro de W.H. Auden allí, como era raro que una chica tuviera ese pelo y sostuviera un poemario frente a su rostro antes de viajar a Praga.

Volví de la librería y frente a ella comencé a leer a W. H. Auden.

todas las palabras como Amor y Paz,

todos los discursos cuerdos y positivos

fueron ensuciados, profanados y degradados,…

Tras ella, un amplío ventanal dejaba ver los aviones, saliendo uno a uno. Como un reloj de arena que anunciara la llegada del final, la salida de su avión, y un pequeño apocalipsis. Yo quería crear un vínculo. Algo. Algo antes de que fuera tarde y sus botas negras viajaran al frío de Praga.

Y entonces algo sucedió. Sonó el megáfono, palabras de disculpa, institucionales, vacuas. La gente gritaba, sus rostros rojos, compungidos, emitían palabras sucias. Un pasajero arrojo una pequeña maleta contra un mostrador. Un chico joven orinó sobre un panel de avisos.

Ella mantuvo la calma, y supuse que eso era parte de su belleza, y se incorporó dirigiéndose hacia el mostrador más próximo. Andaba de un modo elegante, me fijé también en su culo. Disimuladamente la seguí, quedé tras ella en la interminable espera hacia el mostrador, y cuando se giró ambos nos vimos con un libro de H. W. Auden apoyado contra el pecho, y entonces brotó el vínculo, nació algo indefinible.

Sus ojos eran oscuros también.

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Cuando salimos del baño estaba sofocada, la cara enrojecida. Despeinada estaba más hermosa. Parecía más joven aún. Me quise quedar con sus bragas pero me dijo que no, y al decirlo la vi más guapa que nunca. Se reía al ponérselas. No es que fueran unas bragas muy bonitas pero me dolió. Le pregunté si lo nuestro sería algo serio, me dijo que nada es algo serio salvo la destrucción. Al decirlo su rostro permaneció solemne. Descubrí un nuevo matiz en sus rasgos. Hermosura inagotable. Creo que por su parte todo fue fruto del aburrimiento. Largas horas. El aburrimiento.

Más tarde alguien vino a buscarla en coche. Me dio un beso en la mejilla para despedirse. Como si fuera un adolescente sentí el calor de sus labios fruncidos durante horas. Mientras yo me palpaba incrédulo la mejilla, como el que absurdamente intenta contener un sueño al despertarse, grupos de viajeros proferían gritos contra los controladores aéreos. Yo en silencio les di las gracias intensamente. Los amé. Pensé que tal vez Dios, o mi suerte, también podían ser un controlador aéreo en huelga.

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