viernes, 4 de febrero de 2011

Obsolescencia I


ECLIPSE



Lo que sucedía era que siempre que se daba un eclipse se enamoraba. No tenía ninguna gana de enamorarse de un hombre nuevo, ninguna gana de abandonar a Scott, el bueno de Scott, al que despidió con un beso en la mejilla. Luego cerró la puerta con llave, y bien abrigada, con su pijama rosa de franela, y cubierta por una pequeña manta de cuadros azules, se ovilló en el sofá. Estaba dispuesta a pasar el día frente a un libro sin ilustraciones, y alimentarse con los sándwiches de crema de cacahuetes que había preparado la noche anterior. Más tarde, sobre las nueve, llamó a Catherine para decirle que se sentía muy mal y que no podría acudir al trabajo.

Puede que fuera el influjo del eclipse sobre su organismo, o puede que no, pero realmente a lo largo de la mañana comenzó a sentirse peor y peor, y cuando no pudo aguantar más llamó a una ambulancia. El enfermero se llamaba Peter y tenía unos ojos negros profundos. Peter condujo firmemente la camilla hasta la puerta del servicio de Urgencias. Ella pudo sentir en ese pequeño trayecto la luz entreverada de oscuridad provocada por el eclipse. Era como si se fuera a hacer de noche, y como si fuera a amanecer, y todo pasaba a la vez. En esa penumbra bastarda, los ángulos faciales de Peter eran como un extenso paraje en el que perderse. Antes de irse, el enfermero dijo unos palabras sobre lo bien que le sentaba el pijama de franela. Ella anotó su número de teléfono en el dorso de la mano de Peter y suspiró profundamente.

Una semana después ella le decía adiós a Scott , cuya casa abandonaba. A los pies de ambos las dos últimas cajas que faltaban por llevar al apartamento de Peter y un espeso silencio. Scott recibió un cálido beso en la mejilla. –No te preocupes, lo único que tienes que hacer -le susurró ella - es venir a buscarme en el siguiente eclipse.

Scott la vio atravesar el jardín y salir por la verja acarreando torpemente las cajas apiladas. A continuación volvió a la casa, el pijama rosa de franela había quedado bajo la almohada. Lo cogió y lo llevó consigo al escritorio. Mientras lo olía, apretándolo fuertemente contra su rostro, comprobó que sólo faltaban 2 años para el siguiente eclipse.

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